Martes 04 de Enero de 2011

Del 4 al 31 de enero, no te pierdas el ciclo Claude Chabrol: historias de ironía y perversión

Nacido en 1930, un joven cinéfilo, Claude Chabrol, emigró junto con su familia a la provincia francesa cuando los Nazis invadieron París. Terminada la ocupación, Chabrol regresó a su ciudad natal para frecuentar cine-clubes y entablar largas tertulias con otros cinéfilos como él, destacando entre ellos a Jean-Luc Godard, François Truffaut y Eric Rohmer. De estas reuniones, más la bendición del critico André Bazin, nacerá la mejor revista de crítica cinematográfica del mundo, Cahiers du Cinéma, en 1951.

Abandonando por completo la carrera de Farmacéutico, Chabrol se entregó a la crítica cinematográfica con todas sus fuerzas. Obteniendo ingresos como publicista para 20th Century Fox en París, fue uno de los más constantes críticos de Cahiers y consiguió entrevistar a personalidades como Alfred Hitchcock. Gracias a su matrimonio con una adinerada mujer, Chabrol tuvo los medios para producir su opera prima, El bello Sergio (1958). Historia sobre el reencuentro entre dos amigos, marcada por la melancolía y la decepción, ambientada en la provincia y protagonizada por actores desconocidos, el primer largometraje de Chabrol inauguró la Nouvelle Vague francesa, movimiento cinematográfico orquestado desde la cinefilia, que ondeando la bandera del cine de Autor, legó a la historia del cine películas tan importantes como Sin aliento (Jean-Luc Godard, 1959) y Los cuatrocientos golpes (François Truffaut, 1959).

Pero si para Truffaut el cine era como un diario íntimo, Chabrol se vale del cine para denunciar la hipocresía de la alta burguesía rural francesa, que bajo una apariencia tan elegante como amigable, esconde a monstruos inhumanos capaces de las peores bajezas. Pero eso sí, su retrato está cargado de ironía, de perversión, de un humor retorcido que lo hace delicioso. A su cine lo influencian dos grandes cineastas. Por un lado, Fritz Lang, de quien Chabrol hereda el gusto por la creación de opresivas atmósferas y la sabiduría al momento de hacer de la imagen complemento ideal del relato. Y por el otro Alfred Hitchcock, quizás su más admirado cineasta, a quien Chabrol debe tanto su ironía como el gusto por el thriller, género en el cual conseguirá ser uno de sus más logrados exponentes.

Pero, ante todo, Chabrol fue un audaz entomólogo de las emociones humanas. De esos impulsos que llevan a destruir la inocencia del otro, como en Los primos; que supo ver en la posesión del otro, disfrazada de deseo, una fuerza destructora, como sucede en Las dulces amigas o El infierno. Que estaba cierto de que todos llevamos dentro un criminal en potencia, como sucede en El carnicero. Que se divirtió de lo lindo siguiendo a inspectores policíacos de dudosa moral persiguiendo a elegantes criminales. Que hizo suya a Madame Bovary, en la piel de Isabelle Huppert, para denunciar el mortal aburrimiento de la burguesía rural. En el cine de Chabrol, nadie es lo que aparenta: sólo así una refinada chocolatera es capaz de pensar en matar por amor como sucede en Gracias por el chocolate.

Parafraseando el título de su película número 50, el cineasta Claude Chabrol no va más. La muerte lo sorprendió en París el 12 de septiembre de 2010, poco después de cumplir 80 años de edad. Hereda a la historia del cine nada menos que 72 realizaciones, entre cortos y largometrajes, algunos de ellos considerados entre lo mejor del cine francés de todos los tiempos. Y para recordarlo como se merece, la Cineteca Nacional y la Embajada de Francia en México unen esfuerzos para evocar, a través de esta retrospectiva, lo mejor de su obra en la pantalla grande.

Consultar aquí la cartelera completa del ciclo

José Antonio Valdés Peña

Cineteca Nacional