Viernes 13 de Noviembre de 2015
Medalla Cineteca Nacional: Atom Egoyan
Medalla Cineteca Nacional: Atom Egoyan
A partir del reconocimiento a su primer largometraje, Lazos familiares (Next of Kin) en el festival de Mannheim-Heidelberg de 1984, Atom Egoyan se convirtió en una presencia habitual de los festivales cinematográficos más importantes. Sus películas se han exhibido, y muchas veces han sido premiadas, en Cannes, Berlín, Venecia, Toronto o Valladolid, entre otros lugares, y su nombre se ha convertido en sinónimo del mejor cine canadiense de autor, un cine personal realizado con rigor y al margen de modas y presiones comerciales.
Por lo mismo, Egoyan es un cineasta muy conocido por el público mexicano, especialmente por quienes concurren asiduamente a la Cineteca Nacional. Sus quince largometrajes fueron vistos en México. No todos se estrenaron comercialmente, pero sí llegaron a Muestras, Semanas, o circularon en video. En estos quince filmes, Egoyan desarrolló una obra centrada en complejas y en general tortuosas relaciones humanas (familiares, de pareja, etcétera) en un mundo altamente tecnológico en el que la mayor parte de las veces la intervención de los medios, fundamentalmente el video, sustituye al contacto directo.
Esa obra, representada por títulos como Escenas familiares (Family Viewing, 1987), Partes habladas (Speaking Parts, 1989), Exótica (Exotica, 1994) o Dulce porvenir (The Sweet Hereafter, 1997), entre los más conocidos, se caracteriza además por una original propuesta narrativa que lleva al director a estructurar sus películas como si se tratara de gigantescos rompecabezas. El sistema responde a un intento por retomar para el cine un proceso mental que permite relacionar las experiencias actuales con otras anteriores, mediante un continuo movimiento de vaivén entre el presente y el pasado. Egoyan es un maestro en la utilización de un recurso singular, que quizás sea el elemento más característico de su cine: la forma de contar las historias. Él mismo se define como un narrador, y una de sus grandes habilidades es su facilidad para envolver al espectador con esos cuentos extraños y desconcertantes, aparentemente ilógicos, que por un lado exigen una gran atención y por otro provocan una enorme fascinación.
Es tal la fuerza de las primeras imágenes de las películas de Egoyan, que es difícil no sentirse inmediatamente atrapado por su misterio y su capacidad de seducción. Hay, efectivamente, una historia; y el espectador la presiente aunque le escamoteen en el inicio buena parte de los datos, datos que se irán dosificando a lo largo del filme, y nunca de manera directa. Al final, esa misma maestría de Egoyan le permite ligar todos los cabos, o casi todos.
Sus películas suelen ser obras a varias voces (él mismo utiliza una expresión musical: polifónicas), todas ellas igualmente importantes. Es difícil hablar de un protagonista, porque son varios los personajes cuyas historias terminarán por cruzarse, modificando sus existencias. Cada una de esas vidas, aparentemente independientes, tiene sin embargo una ligazón que es preciso descubrir. Aunque el director maneja los tiempos del relato de una manera que puede parecer arbitraria, esa construcción no es para nada gratuita. Por principio, no se trata de un gimmick, de un artilugio para complicar el relato y hacerlo más vistoso. No existe la posibilidad de armar el rompecabezas que propone Egoyan de una forma única: siempre faltan piezas, hay zonas nebulosas y comportamientos capaces de aceptar diferentes interpretaciones.
Las imágenes suelen ser engañosas. Pero por otra parte, es imposible reconstruir de una manera racional y lógica el comportamiento humano. Finalmente, Egoyan logra reunir todos los hilos dispersos, la película se cierra de una manera magistral, y sin embargo, afortunadamente, no puede encasillar a sus personajes. Hay mucho que no se entiende, mucho que no queda claro, mucho terreno para la especulación, para la interpretación; hay un misterio que permanece, y ese misterio tiene que ver con el hombre.
Complejo juego de espejos que deforman y alteran la percepción de los hechos, la obra de Egoyan es también, en buena medida, una reflexión sobre lo desamparados que estamos ante la avalancha creciente de imágenes que nos bombardean y a las que muchas veces se otorga una valor único, indiscutible y verdadero. Sin embargo, nada más engañoso que una imagen.
Nelson Carro