Miércoles 19 de Marzo de 2008
Unas notas sobre El Juego placentero

En su prólogo a El cine es mejor que la vida, Álvaro Mutis escribió que Emilio García Riera, mi padre, era uno de los hombres más inteligentes que había conocido. En su momento me pareció el halago sincero y cariñoso de un amigo muy cercano que con esa frase, quizá exagerada, testimoniaba su admiración por García Riera, pero nada más. Uno se queda con una idea del padre tan llena de vericuetos sentimentales y freudianos que cuesta trabajo entender desde ella los testimonios de quienes lo trataron desde otro lado de la realidad y de la vida. Y sin embargo, tras leer el tomo II de El juego placentero, la antología tan bien escogida que ha hecho Ángel Miquel de sus críticas de cine en los años sesenta, ha quedado patente para mí que sí, que Álvaro Mutis tenía razón y papá era un hombre inteligentísimo y además un hombre muy de su tiempo.
Me cuesta trabajo recordar, como es lógico, al Emilio García Riera que habría escrito aquellas críticas y no podré dar un retrato casero de mi padre en esa época, pues ésta corresponde a mi infancia. Si acaso, tengo presentes las hojas que llevaba mi papá al cine; unas hojas de papel que no eran blancas, sino de color pardo, probablemente reciclado, dobladas en cuatro, y que se asomaban de los bolsillos de sus sacos de pana. En ellas anotaba con su letra de mosca, como él mismo la llamaba, la ficha de la película que después reseñaría. Lo recuerdo a la hora de comer en que jugaba con nosotros al futbol canica y a los empujones hasta que alguien perdía el equilibrio. Esas comidas, muchas veces con amigos, eran un desfile de juegos de palabras, chistoretes e ideas que me imagino nos marcaron. Y recuerdo el día en que llegué de la escuela a comer, y a la mesa estaba sentado nada menos que Luis Buñuel. La verdad, fue como si nos hubiera visitado el Papa; le dedicamos la misma devoción. El resto del día, para nosotros, papá estaba en el trabajo o en el cine, que era algo similar. Y este padre que estaba en el cine es el que conozco ahora, a través de los textos que, como un gourmet, ha elegido Ángel Miquel para formar El juego placentero.
Las críticas que se recogen en El juego placentero son las de alguien con quien se podía estar o no de acuerdo, pero de quien no se podía poner en duda la inteligencia y la pasión cinéfila, la búsqueda de una estética que comenzaba a exigírsele a un arte que durante tanto tiempo se había considerado como una diversión. En alguna parte señalaba García Riera que a la larga se formaría un público culto que acudiría a un cine llamado Marcel Proust. Quizá era una exageración muy entusiasta y culterana, pero lo que decía a continuación es muy cierto: “El cine en su etapa ‘prehistórica’ no ha hecho sino… rendir culto a la mitología del siglo XX y a despecho del desprecio de las elites, ha conseguido por ello reflejar como ningún otro arte lo esencial de nuestro tiempo”. Y lo que se aprecia de manera contundente es el empeño serio y sincero por aquilatar los valores de ese arte, señalar sus profundidades, sus contradicciones y a sus autores, siguiendo la corriente en ese tiempo muy en boga del “cinema d’auteur” por el que propugnabaCahiers du cinéma.
Resnais, Buñuel, Nicholas Ray, Cukor, Otto Preminger, Stanley Donen, Kurosawa, Chaplin, Hitchcock, Fritz Lang, Visconti, Truffaut, Howard Hawks, Raoul Walsh, John Huston, Polanski, Eisenstein, fueron las figuras del santoral garciarieresco que Ángel, su discípulo que lo conocía tan bien, despliega ante nosotros. Y en el análisis que de ellos hace mi papá leemos frases en las que se ve que se tomó muy a pecho lo de ser crítico. Por ejemplo, “La actualidad, la constante presión por ‘estar al día’ son las trampas que el crítico debe eludir si quiere alcanzar una mínima trascendencia” o “El mejor critico de cine sigue siendo el tiempo” Más tarde diría, con Borges, que la opinión era la cosa más mudable del mundo, pero en aquel momento, ese García Riera de treinta y pico que escribía para México en la Cultura entre otras publicaciones y levantaba con puntualidad de hormiga el monumento que es Historia Documental del Cine Mexicano, refinaba un gusto especializado y armaba su territorio personal, habitado en gran medida por el cine norteamericano. Era capaz de decir, por ejemplo, que el programa doble del cine Sonora que presentaba El halcón maltés y Murieron con las botas puestas estaba mejor que ir a la reseña. Y si sus esfuerzos por defender aquel gusto a veces son un poco exagerados, como cuando dice que la comedia musical “puede ser mucho más virulenta y subversiva de lo que sería dado creer a primera vista… por su espíritu opuesto a la solemnidad y el aburrimiento”, tiene hallazgos verdaderamente literarios, como al señalar que, en Yojimbo, de Kurosawa, “El viento no representa más que exasperación, la situación límite del aire”. Me llama mucho la atención, también, que en aquella época un ateo profeso como él buscara con tanto empeño en las películas las ideas del éxtasis, de la plenitud, que suelen ser religiosas, pero también en eso estaba presente el marxismo como religión, una religión de la que era difícil separarse –hay que ver su texto prudente sobre Iván el terrible- y las contradicciones de un hombre de su generación en los años sesenta.
Por otro lado, si bien el lado humorístico de García Riera no asoma tanto en este libro -cosas de la edad-, algún chiste que otro se asoma aquí. Hablando sobre En el balcón vacío dice: “Si una película mexicana barata, por ejemplo las de Viruta y Capulina, cuesta un mínimo de ochocientos mil pesos, debe convenirse en que algo está podridísimo, no es Dinamarca, sino en ese perfecto estercolero que es la industria cinematográfica nacional”.
Pero lo que es más tangible en esta selección es la figura de un hombre que apuntalaba sus gustos, sus desagrados y sus preferencias, como quien traza las coordenadas de un mapa –y sé que la idea del mapa le era muy afín-, o como el artista que escoge los colores y los pinceles con que pintará toda una obra.
Y bueno, sólo me quedó una duda. La verdad, no me acordaba de que mi papá detestara a Bette Davis; ¿llegó a quererla en algún momento posterior de su vida? Para eso tendremos que esperar a El juego placentero III..