
Martes 01 de Febrero de 2011
Recordando a un maestro de la luz, la Cineteca Nacional rinde homenaje a Alex Phillips
“¡Ah, Alex, vas a saber lo que es México!
¡Es maravilloso!”
Con estas palabras, dichas en Hollywood por Emilio Fernández a su amigo, el cinefotógrafo Alex Phillips, éste aceptó la oferta que la empresa mexicana Compañía Nacional Productora de Películas le hizo para trabajar en nuestro país. Se trataba de la Dirección de Fotografía de una película, Santa, que sería, además, la primera cinta sonora filmada en México. Lo que eran solo cinco semanas de rodaje se convirtieron en toda una vida dedicada a nuestro cine: desde 1931 hasta 1977, año de su muerte, Alex Phillips colaboró en más de 200 películas mexicanas. Obtuvo tres premios Ariel, tres Diosas de Plata y muchos reconocimientos más.
Su llegada ocurrió en una época en la cual los técnicos del cine mexicano cumplían sus labores con el esfuerzo que implicaba filmar en un país cuya Revolución había concluido no hacía mucho tiempo. México tenía cine, pero no una industria. Al igual que Phillips, otros camarógrafos, como Ross Fisher o Jack L. Draper, se incorporaron a la industria, participando en filmes de gran importancia como El compadre Mendoza (1933) o ¡Vámonos con Pancho Villa! (1935). Pero lo cierto es que ninguno tiene parangón con la continuidad y calidad artística de la labor de Phillips tras la cámara.
Nació en Ontario, Canadá, el 11 de enero de 1900. Su niñez transcurrió nada menos que en la Rusia zarista, de la cual Phillips se marchó en su adolescencia para, en 1916, incorporarse a la Armada Canadiense y participar en la Primera Guerra Mundial. Se dice que al fallecer el fotógrafo de una unidad de combate, Phillips lo suplió, entrando en contacto por vez primera con el arte de la Fotografía.
Una herida que lo retiró del campo de combate y entrar en contacto con una célebre estrella de Hollywood, Mary Pickford -"madrina" de su regimiento-, cambiaron la vida de Phillips, quien dirigió sus pasos hacia la Meca del Cine, participando como actor en algunas cintas. Sin embargo, su interés iba más hacia la técnica, en particular, la fotografía y la edición. Para 1921 ya había encontrado empleo como asistente de cámara del camarógrafo austríaco Frank Joseph. Y una década más tarde ya estaba tras la cámara en Santa, la película que sentó las bases para la industria fílmica mexicana.
Para Phillips, la cámara cinematográfica era similar a un pincel con el cual pintaba sobre el celuloide. Siempre luchó por una imagen "no fotográfica", que fuera lo más sencilla posible y se adecuara a las necesidades de la película en cuestión, sin artificios y basándose casi exclusivamente en el manejo magistral de la iluminación. Fue un hombre de una gran cultura visual, centrada en el legado pictórico de artistas como Tintoretto u Orozco, sus pintores favoritos. Philipps está detrás del claroscuro expresionista en La mujer del puerto (1933); del poder del primer plano para mitificar a la más grande estrella de nuestro cine en Doña Bárbara (1943); de las luces y sombras del Film Noir urbano de En la palma de tu mano (1950); de los delirios surrealistas de Luis Buñuel, en blanco y negro y en color, de Subida al cielo (1951) y Robinson Crusoe (1952); de los elegantes planos secuencia con los que José Bolaños recreó trágicamente la Revolución en La soldadera (1962) y de la mórbida atmósfera de encierro y crueldad de El castillo de la pureza (1972), su última película.
José Antonio Valdés Peña